Derniere photo du lac depuis notre terrasse car dia de despedida de la isla.
On rentre sur Copacabana et attrape un bus pour la Paz avec l idee d aller a Sorata. Une heure avant d arriver a la Paz, il y a l embranchement de la route pour Sorata donc malins que nous croyons etre, nous demandons au chauffeur, avec tout son appui tactique, de nous debarquer a cet endroit.
Attention malin n est pas toujours bolivien!
Nous voila alors a Huarina agitant nos bras et tentant d arreter un bus, en vain. Il y a en 5 a la minute qui passent devant nous mais on constate bien qu ils ont tous plus de passagers que de sieges et aucun, aucun ne s arrete. Au bout d une grosse heure, Carlos reste sur la voie pour Sorata et je me poste sur celle pour la Paz car il est inenvisageable de dormir ici....enfin, grace a l aide de la marechaussee locale, nous avons pu monter dans un minibus, mettre le ratio a 0.3 passager par siege et dormir le soir meme a Sorata.
Un comentario con fotos difusas pues Sorata, aparentemente, es inmune a los flashes. Gran parte de nuestro pasaje por el pueblo transcurrio en las tranquilas - aunque lúgubres - salas y antesalas de nuestro hotel, el Residencial Sorata. Que esta embrujado, dicho sea de paso. Y si no lo esta, debería estarlo. Según los inagotables recursos verbales de nuestro ciccerone francés, el cuidador del hotel, el lugar perteneció a una familia alemana que construyó la casa a finales del siglo XIX como depósito de quinina. O de oro. O caucho. No esta muy seguro, el francés, pero si hay algo que salta a la vista de inmediato es que la casa subsiste bajo el embrujo del tiempo y la humedad: vastas salas de conferencia cubiertas de polvo con sus sillas de época todavia alineadas frente a mapas de una América vieja y desproporcionada; corredores adornados con pieles de anaconda, caimanes, dinosaurios; habitaciones descompuestas donde duermen niños cariñosos y fantasmales; armaduras oxidadas; loros bilingues; y un inquietante busto del fundador de la dinastia que se mira en el espejo de un cuarto que no ha sido tocado, según el ciccerone, desde su trágica muerte en las mismas selvas que recorrió Fitzcarraldo antes de volverse loco del todo y abandonar sus barcos en pleno corazón del Amazonas...
Un comentario con fotos difusas pues Sorata, aparentemente, es inmune a los flashes. Gran parte de nuestro pasaje por el pueblo transcurrio en las tranquilas - aunque lúgubres - salas y antesalas de nuestro hotel, el Residencial Sorata. Que esta embrujado, dicho sea de paso. Y si no lo esta, debería estarlo. Según los inagotables recursos verbales de nuestro ciccerone francés, el cuidador del hotel, el lugar perteneció a una familia alemana que construyó la casa a finales del siglo XIX como depósito de quinina. O de oro. O caucho. No esta muy seguro, el francés, pero si hay algo que salta a la vista de inmediato es que la casa subsiste bajo el embrujo del tiempo y la humedad: vastas salas de conferencia cubiertas de polvo con sus sillas de época todavia alineadas frente a mapas de una América vieja y desproporcionada; corredores adornados con pieles de anaconda, caimanes, dinosaurios; habitaciones descompuestas donde duermen niños cariñosos y fantasmales; armaduras oxidadas; loros bilingues; y un inquietante busto del fundador de la dinastia que se mira en el espejo de un cuarto que no ha sido tocado, según el ciccerone, desde su trágica muerte en las mismas selvas que recorrió Fitzcarraldo antes de volverse loco del todo y abandonar sus barcos en pleno corazón del Amazonas...