De la contemplation oui mais en hauteur! Apercus de notre ballade en compagnie des condors, anes, moutons, boucs et biquettes.
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Iruya constituye, junto a Potosi, la prueba flagrante de que Marie siempre tiene razón en lo que respecta a destinos turísticos. De la segunda hablaré más tarde pero Iruya, wow, cuando pienso que estuve a punto de perdermela porque no me gustaba el nombre (a lo largo de mi vida he tomado decisiones tanto o más ilógicas basándome en datos aun más impertinentes), bueno, me dan ganas de martillarme el dedo chiquito del pie con una maza de demolición...
Iruya, ahora me gusta pronunciar su nombre, es el pueblito del norte argentino que más me ha gustado y ya. Eso es todo: el que más me ha gustado. Y eso no significa mucho para nadie pero a mi, en verdad, me conmueve un poquito. Y no es tanto por su bucólica iglesia pintadita de azul ni sus calles empinadas ni sus habitantes relajados y silenciosos. Se trata, creo, de la atmosferá que reina en el pueblo. Una atmósfera inevitablemente misteriosa, digna de un cuento de Rulfo, magnificada por el hecho que no nunca puede verse muy lejos gracias a los pabellones de piedra que se elevan frente a los límites de las últimas casas, a la salida del valle. Para que se den una idea, comparado con Iruya, Cachi parece un centro balneareo de Ibiza un sabado a la medianoche, en plena crisis de champagne y cocaina.
Asi que ya lo saben: ahora es mi pueblo favorito y me gustaria que se guarden ese dato como un secreto, que la visiten algún y que me digan lo que piensan... (aunque más que quererlo, se los deseo)
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